EDITORIAL VILANO DICIEMBRE 2022
Los ritos de la Tribu
“Los ritos transforman el 'estar en
el mundo' en un 'estar en casa'. Hacen del mundo un lugar fiable"
BYUNG-CHUL HAN, filósofo surcoreano
Los últimos cuatro meses del año para los chilenos es sinónimo de frenesí de ritos: ritos políticos (muchas veces hemos tenido elecciones en algunos de estos meses), ritos endémicos (Fiestas Patrias en septiembre) ritos importados (Halloween en octubre y todos los black day del comercio), ritos religiosos (día de Todos los Santos y de Todos los muertos en noviembre) y ritos familiares como la graduaciones de los hijos en los colegios y la tan esperada fiesta por los niños, la fiesta Navidad. Esta costumbre me atrevo a decir se celebra en casi todo el mundo, con más o menos alguna similitud en un sincretismo que mezcla un pesebre con la cuna de un niño que trajo un mensaje de esperanza y amor al mundo y un árbol bajo el cual se esconden los regalos de Viejo Pascuero.
Tal como sentencia el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, “los ritos transforman el 'estar en el mundo' en un 'estar en casa'. Hacen del mundo un lugar fiable". Han publicó en el 2020 un texto en el que manifestaba su preocupación por la desaparición de los ritos como elementos cohesionadores del colectivo, que muchas veces se reemplazan por actividades que privan a las “cosas” que nos unen, en una presión para producir, privando a las cosas de su durabilidad, lo que es sinónimo de estabilidad.
Han, aboga para que no se pierdan los ritos, porque
nos permiten ser por instantes una tribu que se quiere y protege. Según Han “son
las formas rituales las que, como la cortesía, posibilitan no solo un bello
trato entre personas, sino también un pulcro y respetuoso manejo de las cosas.
En el marco ritual las cosas no se consumen ni se gastan, sino que se usan. Por
eso pueden llegar a hacerse antiguas”.
En este sentido, la celebración de la Navidad, es de
los ritos colectivos que más gusta. Quizás porque he tenido la suerte de
vivirla desde la infancia hasta la adultez con la misma ilusión y esperanza.
La Navidad me retrotae, por ejemplo, al rito ya perdido de las postales y tarjetas de saludos escritas a mano.
Parece que veo a mi mamá, como cada año, empezar a escribir el 1 de diciembre, con su letra delgada y pulcra los saludos para sus amistades y familiares. Cerrando cada sobre, poniendo las estampillas y llevando las letras llenas de afecto hasta el correo. No era tarea fácil. Por muchos años vivimos aislados en la cordillera debido al trabajo de mi papá. Se requería disciplina para empezar con tiempo la elección y compra de las tarjetas, escribirlas y llevarlas a tiempo al correo. Recuerdo que casi siempre las tarjetas elegidas eran las que vendían los scouts o de alguna fundación.
Y recibir en ese aislamiento saludos de vuelta, que
venían incluso desde el extranjero, era en sí un regalo en esas soledades
geográficas. Así, las tarjetas se convertían en parte de la decoración navideña
en el dintel de la chimenea, la que más de alguna vez soñé ver encendida,
imaginando que nevaba en el patio, cuestión imposible por encontrarnos en pleno
verano. Pero a cambio, tenía la mesa adornada con racimos de las guindas ácidas que más
tarde se convertirían en dulce o enguindao.
Mientras mis hijos fueron pequeños y dispuestos mantuve la tradición de mandar saludos por escrito. Ellos las diseñaban y garabateaban algunas palabras, lo que aún me provoca una cierta emoción. Por ahí tengo varias sin enviar….
Mis adornos de Navidad, siguen siendo los mismos desde que empecé a armar arbolito en mi propio hogar. Algunos se han estropeado, se han sumado unos más modernos, pero creo no haber comprado nada nuevo desde al menos una década y media. Cada crío tiene en su memoria afectiva, e incluso en alguna cajita, algún adorno de su preferencia.
Me gusta armar el árbol, poner algunas luces pequeñas, leer la leyenda de cada día del calendario de adviento. Me cuesta más cumplir lo que te propone, pero hago el intento. Escucho música de Navidad de todo tipo, y pongo velas con el olor que se supone tiene la Navidad: pino, manzanas, canela, azúcar. Mucho almíbar 😊
Admito que Navidad me pone almibarada. Que no
comprendo a los Grinch y que hasta la fecha, desde que dejé el hogar
paterno-materno lo he pasado en mi hogar, varias de ellas con mis padres coronando
mi mesa.
Este año habrá cambios. Mi hijo mayor será el
anfitrión en su propio hogar de casado. Eso, eso también me emociona. La hija
del medio abrió alas y partió a estudiar y trabajar fuera de Chile. Eso también
me emociona. La más pequeña tendrá que soportar a esta mamá ultra navideña con
sus ritos de galletitas, pan de pascua y mermelada de guindas porque tengo la
suerte de tener algunos de árboles en mi
patio, escaso ya en los campos y jardines locales.
Parte de esta fiesta familiar son los regalos. Desde hace tiempo que intento ser fiel a lo que estimo significa para mi Navidad: encuentro de afectos. Y mi afecto a menudo se refleja en cuestiones simples a la hora de los regalos: mermeladas caseras con frutos de mi patio, almácigos, plantas, libros, semillas. Todos esos objetos valiosos en sí mismos, por lo que son, por lo que significan.
Apoyar pequeñas pymes y emprendimientos en los que se juegan el sustento y las ganas es primordial y huir, sobre todo huir de la locura de los centros comerciales. Bueno, es mi opción.
Les deseo una empalagosa Navidad. Que tenga una grata oportunidad de amoroso encuentro con sus seres queridos.
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